miércoles, 3 de mayo de 2017

Arrojo y Palpitar

Hay una serie de palabras que me he encargado de hacer arder, de quemarlas, de trillarlas hasta volverlas un símbolo que me identifica.

Entre esa veintena de palabras, dos han ido más allá de simples conceptos con que pretenda una profundidad que quizá no he conseguido; son arrojo y palpitar.

Asumo al arrojo como aventurarse a explorar mundos, hurgar en otras cabezas afinidades y desatinos, ideas y dogmas para refutarles y dudar, edificando una visión del universo propia, arrojado al mundo como diría Heidegger.

Palpitar, es para mi, actuar explotando lo que somos, con franqueza y sin temor; vaciar toda mi energía en cada proyecto, por sobre las pretensiones y la especulación. Seguir entonces, el impulso del alma que da sentido a la consciencia.

La única norma impuesta es la que la experiencia invita a seguir.

Al transcurrir del tiempo, este par de palabras se personificó. Puede ser que hasta ahora, ellas mismas desconozcan el significado que las envuelve.

De tal suerte, la Luna que permanece a mi vista todo el día y cuya sonrisa ha iluminado mis noches más tenebrosas, se convirtió en mi Arrojo; incesante arrojo de flamas plateadas en autopoiética filigrana.

Por otro lado, mi Palpitar, llegó a mi con esos hermosos pendones rizados bañados de sol. La oscuridad del infinito resguardando la luz eterna, para siempre, mi Certeza única de oro rojo.

Que maravilla; la Luna y la Certeza, dan energía e impulso a mi vida, convergiendo pese a las oscilaciones, en un mismo camino. Somos los Convexos.

Por eso me obstino a la aventura del arrojo y palpitar, deseando Ser algún día, rebasar su propio concepto, algo más que un sujeto en sus oraciones, algo más que un muestreo de vida.

Ser, sin invitarlas a que lo digan, una profundidad personal que no quepa en diccionario alguno.

Quizá lo soy, como ellas, sin saberlo.