miércoles, 6 de diciembre de 2017

Milenial

Tal es la fuerza de su imagen, que como esos círculos de luz que uno
visualiza al cerrar los ojos, no puedo dejar de mirarle y experimentar
la impotencia de no poder deshacerme de ella.
Una adolescente drogada que no rebasa los veinticuatro años (bueno,
habemos adolescentes de treinta y seis), con una cabellera pajosa de
un lacio quebrado por, quizá, un par de días sin ducha. De pómulos
saltones que estiran la piel de su rostro hasta que parece a punto de
reventar.
Jamás sospeché que se me acercaría, sobre todo, después de oír su voz
aniñada decir que le cagaban los pseudos intelectuales que se sientan
a escribir y miran a los milenials con una sonrisa de desprecio
disimulado.
Timoteo ladró llamando su atención y no dejaba, ella, de mirar hacia
donde intentaba calmar a mi perro que chillaba mientras una perrita
pasaba a lo lejos.
Se acercó con un ademán de pequeña y cara de inocente, pidiendo mi
aprobación para consentir a Timo. Asentí con la cabeza mientras un no,
rondaba mi mirada, mis ojos no evitaban disparar sobre la mugre de sus
manos de un niño que recién hizo unos pastelillos de lodo, con esas
perfectas medias lunas negras, entre la piel y las uñas.
Esta chica, que hace unos minutos, entre el humo de la caca de chango
más rancia y su sosa voz, me despreciaba; que sin necesidad de estar
en esas condiciones, se notaba alegre, entre el grupo de fumetas, con
brazos apesadumbrados y voces de chicos pseudos rebeldes que hablan
pestes de la poesía de Neruda y alaban a Isabel Allende.
Cómo es posible que esta criatura olvidada de sí misma, pudiera, entre
las caricias a Timoteo y miradas a su grupo para no ser descubierta,
mostrar a propósito su escote exhibiendo su desnutrido seno, sin
embargo joven y sonreírme diciendo en voz baja esa frase tan brutal,
tan persuasiva y elocuente.
Los labios secos como las fibras de mis huesos, con un frío inusual,
me impidieron, me paralizaron.
Quedé por unos segundos en un estado vegetativo, por el tremendo
acierto de cada una de las palabras que perfectamente organizadas y
con una voz nada infantil, profirió para agregarse al viento en su
estupenda libertad, la joven yonqui, fumeta pequeño burguesa de lunas
negras entre la piel y las uñas.
Nunca subestimes a un milenial.






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