lunes, 20 de noviembre de 2017

Miedo

Todo, absolutamente todo le había sido dado por la vida sin esfuerzo alguno.
Casi bastaba con pensarlo para conseguirlo. Como si una caja de seguros, de acertijos mecánicos, se organizara en un acomodamiento perfecto a cada paso que daba.
No obstante, él no deseaba algo en exceso. Vivía sin interés alguno por atiborrarse de objetos, bienes, dinero. Sin intensión alguna, pese a lo sencillo que era, de acumular romances, viajes de aventura o algún tipo de erudición.
La comida, ese, ese era un placer que no le exigía mayor empeño y no aceptaba comer sin hambre.
Alimentar al alma era un ritual cotidiano imprescindible y promover sus ideas, emociones, sensaciones; eso era su religión.
Pero digamos, que había un rincón dentro suyo que permanecía vacío.
Ni el amor tan grande e inagotable que mantenía la atención de cada segundo en su vida, podía rozar ese leve pero elemental espacio; espacio vacío, ardiente oscuridad que la experiencia no lograba descifrar.
Entonces, repentinamente, como suele ser la llegada de los sucesos trascendentes, algo arribó al punto cero.
El miedo, ese era el gran tesoro que no había conseguido con facilidad. Así, también repentinamente, se abrazó al miedo como un hermano perdido y encontrado, como una tormenta a la que sus áridas tierras no despreciaban.
Fue más allá de sólo abrazarle, cuando acogía a su miedo resultando ser más grande de lo que pensó
Expulsó poco a poco cada contenido precioso que con tanta facilidad le había brindado la vida.
Entonces perdió el hambre, perdió los sueños, expulsó a su propia alma y sólo el amor restaba cuando descubrió su error.
Podríamos decir que como en casi todas estas historias donde aún predomina el amor, sólo eso, solo, podría salvarlo.
Tal vez...







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