jueves, 16 de marzo de 2017

La batalla de Abimael

Da la hora en punto y la multitud hace un círculo bordeando la fuente.

Una suerte de Houdini oaxaqueño con aspecto de chilango, ata sus manos, da un par de vueltas a una cinta adhesiva, de esas que usan los secuestradores y finalmente agrega una cadena con candado de combinación.  Claro, todo lo hace una edecán improvisada, alentada por sus papis que la acompañan.

Houdini, que realmente se llama Abimael, se sienta a la orilla de la fuente, casi todos guardan silencio, uno que otro murmullo y burlas en voz baja. Una niña mira con absoluta atención, mientras infla una bombita de chicle, que justo antes de rebasar su vista, revienta. El chico se deja caer de espaldas dentro de la fuente que se desborda, hace olas como si un tsunami miniatura aconteciera inundando la isla colosal del escapista. Poco a poco se hunde, sacando agua de la fuente evitando que los curiosos se acerquen de más.

Ahora sí un silencio total, gestos incrédulos, risas nerviosas, un anciano de sombrero, lanza una bocanada, con mirada a la indio Fernandez, como diciéndolo todo: A mi ni me sorprende.

Pasan unos segundos y el agua se va aquietando. La poca luz no deja ver lo que sucede al fondo, pero cada quien hace su versión de la batalla de Abimael y esperan a que asome la nariz, que pare la trompa para jalar aire o ya de plano que salga, con las manos libres y echando un escupitajo de agua puerca.

Como subiendo el volumen al televisor, la gente va ahuyentando al silencio con frases medio miedosas:

- Hay Dios ya se tardó
- Se habrá ahogado
- Ya pues, si esos aguantan harto
- Is good... esta bueno the guy?
- Ora tú, va’querer respiración de boca...
(risas)
- Cállense... creo que ya ni se mueve tú

Entonces varios chapotean el agua y se acercan a la fuente. Yo pedaleo con todas mis fuerzas y evito filtrar frase alguna del bullicio. Me alejo y casi consigo escuchar los alaridos y aplausos.

Llego a casa pensando que ese chico seguramente ya no estaba en el agua. Escapó y fuimos testigos de su maravilloso acto. No pudo ser de otro modo, pues yo vi sus ojos cuando estalló la bombita de la niña. Una sonrisa de ojos, un hermoso parpadeo de seguridad y el candado de plástico que me charoleó las pupilas.

Al día siguiente, los diarios lo confirmaron. El escapista Abimael por fin cumplió su cometido. 



Foto por SaVáz

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