lunes, 13 de marzo de 2017

Tarde de monos

Sólo es otra llovizna de marzo enjuagando las tejas del techo. 
Tendidos sobre el concreto, imaginamos un mono de Nazca trazando sobre el polvo húmedo su cola y piesmanos.

Te ríes de mis pies, porque piensas que yo dibujo un autorretrato y mi sonrisa torcida disimula que en realidad me basé en tus manos.
A la vista de todos, somos primitivos porque comemos chupándonos los dedos y seguimos usando sandalias tipo patas de gallo, cuando no vamos descalzos. Salvajes, sin clase y vestidos sin combinaciones rebuscadas, nos tendemos en el piso y cruzamos las piernas apilándolas uno sobre el otro, mientras el agua tibia de la llovizna, moja nuestras nalgas sin inmutarnos.

Me gusta la frescura de tu aliento, cuando el humo filtrado de ti, brinca de tus labios a los míos, llenándome con sus volutas, como colas de monos que corren despavoridos; mis pulmones, mis órganos silvestres, mi gesto primitivo de inventar rituales contigo.

Después de una fumadita, me cuentas anécdotas que nunca sucedieron, pero con ademanes y diferentes formas de mover los ojos, que parecen reales y a veces las creo. Me recuerdas a mi.

No sé como, no sé,  me hablas de decenas de monos subiendo por un árbol seco. Sospechas que huyen de algo, como en todas tus historias. Yo veo tu rostro y cuando me miras, muevo los ojos a otro lado, para que no creas que yo te creo todo.

Entonces, rápidamente te levantas y como suele ser, huyes. Huyes, no se a donde, ni por cuanto tiempo, pero sé que tu concepto de ir, implica en algún momento (tampoco sé cuando) volver.

Quedo entonces tendido, secándome al sol, mariguano, con la mirada fija, en esa flor reseca de nuestra sábila por la que decenas de monos huyen a no sé donde.


Foto por SaVáz

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