Estrelló su mano sobre el piso,
sonó un cuidado golpe que, pese a su tacto,
debió lastimar sus nudillos o su piel.
Se incorporó y de súbito, miró hacia mi.
Puede ser que no fuera a mi a quien su vista apuntara,
pero sentí un calor que irradiaban esas pupilas.
Como un ligero temblor,
disimulé su presencia, temeroso, inmóvil.
Minutos después de irse, su imagen sigue frente a mi.
No, no es realmente su imagen, sino que su irá
me sembró cierta necesidad inquieta de deseo;
haber estado aquel instante en su lugar:
arrojado, sin miedo y cautelosamente,
estúpido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario