martes, 14 de marzo de 2017

Sonata guerrera

Rápido, sin titubeos, en una incesante fiesta de destrucción. La sonata guerrera acompasando los chasquidos de pisadas desnudas sobre los charcos sangrientos, saltando mis moribundos que aún brincan como peces a orilla del río; peligrosos por los huesos astillados.

Los verdugos sonríen creyendo que todo es por el bien de mi alma. Su sonrisa oculta pero inolvidable, disimulada bajo el gesto de la prudencia y la justicia, corre tras de todos mis yo, impidiendo que lleguen a algún escondite, si es que en este mundo existe escondite alguno. 

Un acorde abre las nubes, de las que asoman bombarderos, que descargan cuerpos explosivos, llenos de ira, esparciendo el odio por todo mi mundo. Es la sonata guerrera del excluido; el alarido de un hijo que Dios extravió y que nunca aprendió las instrucciones de regreso. Si es que en este mundo existe regreso alguno. 

Hay flamas que rozan las nubes, trenes de fuego arrasando con los cuerpos cuidadosamente formados sobre las vías y la sangre atomizada nubla de rojo las calles sin nombre, dejando a los niños que quedan, chapeados y con los labios acidulados. El sabor a herrumbre de la sangre cuando abandona al cuerpo.

Entonces un único yo, aparentemente a salvo, piensa vivir en esta masacre iluminada, brincando los despojos míos y míos, con la confianza de sobrevivir a una peste anunciada. Quedarse simplemente quieto, hasta que el piano cese al fuego y las multitudes perezcan. Que sea el tiempo quien hable con esa franqueza que jamás ha ocultado.

También está la otra opción de brincar en el abismo a medio llenar de muertos, que sintiendo ser el único yo a salvo, brincaron aterrados de quedarse solos, cubriendo así la cuota de sangre atomizada, que mantiene en marcha esta sonata guerrera.


Pintura por SaVáz


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