Sin palabras con salsa, ni sangría jugosa,
el paisaje desde este tren, era una magra fruta
que ni los ojos más audaces podían digerir
o acaso encontrarle el lado bueno.
Burdo, salado y correoso,
pasaba una y mil veces la primera vez,
como ayer y como cada día, pasaba,
como una secuencia perfecta
que no logró distraerle en todo el trayecto.
Él no dejaba de pensar, como cada día,
la duda, la consigna, la sentencia:
¿Por qué conductor de tren?
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